jueves, 16 de agosto de 2012

De coronas y medallas. Sobre el futuro de nuestras niñas

Colombia es un país con anhelos frustrados de realeza. Por eso no es raro decir "mi rey" o "mi reina" a quien se estima, ni que haya fósforos y condimentos marca "El Rey" o chocolate  "Corona", y que canciones como "La reina" esten en el top 5 de grandes éxitos serenateros. Tampoco extraña que tengamos el récord mundial de reinados de belleza per cápita. De hecho, se podría afirmar que dicho anhelo de realeza es todo un marco cultural desde el cual intentamos dar sentido a muchísimos acontecimientos de nuestra vida nacional.


En este orden de ideas, era de suponer que el decreto firmado por Sergio Fajardo en el que se prohiben en  los colegios de 117 municipios antioqueños los concursos de modelaje y reinados de belleza, fuera repudiado por algunos sectores de la sociedad. Y es que en la mente de muchísimos colombianos todavía se asume que, de alguna forma, los reinados son símbolos poderosos a la hora de promover  virtudes nobles y  provechosas, sobre todo para las mujeres.

Sin embargo, el mundo está cambiando y cada día que pasa queda más obsoleta la visión aristocrática  según la cual los ricos, sabios, buenos y bellos son el modelo a seguir por los pobres, tontos, malos y feos. Antes que por alcurnia y tradición, hoy se nos invita a destacar por nuestro grado de  civismo, que implica sobre todo la práctica de la igualdad, la solidaridad y el respeto por las libertades del otro. ¿Qué valor tienen entonces los reinados, haciendo a un lado, claro, que son una vitrina fantástica para que nuestros mafiosos elijan esposa? Ninguno, porque si antes se asumía que la belleza era la muestra visible de los rasgos aristocráticos y de los valores más nobles que le venían de cuna a la muchacha, hoy todos sabemos que de eso hay más bien poco y que por el contrario se trata de mucha silicona, de hablar un inglés  inventado, de decir que Confucio se inventó la confusión, y  de afirmar que hombre con hombre, mujer con mujer y así mismo en el sentido contrario.




Por otra parte, con los logros sin parangón obtenidos por la delegación colombiana  las  últimas olimpiadas, surge en el horizonte la posibilidad de introducir un nuevo símbolo civilizatorio, mucho más fresco, igualitario e incluyente: el del deportista. Si reinas y reinados remiten fundamentalmente a tradición, jerarquía, y ordenamiento social en clave centro-periferia, el modelo del deportista, en tanto símbolo, sustituye la vanidad y el oportunismo por la disciplina, el derroche por el esfuerzo personal y la constancia, y la corona por la medalla.

De hecho, nuestros atletas representan precisamente lo contrario de nuestras reinas: son casi siempre gente humilde, disciplinada y con metas claras; pertenecen mayoritariamente a regiones olvidadas del país y  son ejemplos vivos de trabajo duro y autosuperación. Lo mejor de todo ello  que tanto nuestra única plata en atletismo, como nuestra doble medallista en lucha y nuestro primer y segundo oro olímplico:son todas mujeres, corajudas y hechas a sí mismas. Es decir: encarnan todo lo bueno que tienen nuestras mujeres y que como sociedad deberíamos empezar a valorar más. Por eso es totalmente legítima la posición de Fajardo, que no es otra que la de aspirar a que las niñas paisas, y por extensión las colombianas, sueñen con ser deportistas o profesionales y no, como ocurre a menudo, con ser Miss Colombia o Mrs Fritanga 2012.

Etre tanto,  los Medios la siguen embarrando al llamar, por ejemplo, a Mariana Pajón "la reina paisa vestida de oro". Tenemos hoy entre manos la posibilidad de introducir un cambio cultural potente: de pasar, por decirlo de alguna manera, de implantarnos silicona a montar en bicicleta. Si fortalecemos estos símbolos que nuestros atletas visibilizan, talvez algún día superemos el feudalismo cultural y lleguemos a ser un país serio del que todos podamos sentirnos orgullosos.

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