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George Church, National Academy of Engineering |
Hace poco leí una entrevista del diario alemán Der Spiegel a
George Church, pionero de la biología sintética y catedrático de genética de la Universidad de Harvard, en la que se le preguntaba sobre el presente y el futuro de la biotecnología y la clonación, así como de sus implicaciones éticas.
- Es posible porque ya se cuenta con la tecnología para hacerlo. De hecho, el ADN de los neardentales ya está secuenciado y se tiene cierta experiencia en la clonación de mamíferos.
- En palabras de Church: "el siguiente paso sería cortar este genoma en, por ejemplo, 10.000 trozos y luego sintetizarlos. Finalmente, se introducirían estos trozos en una célula madre humana y así se crearía un clon neandertal".
- Para que el experimento sea benéfico para la humanidad, tendría que crearse un grupo considerable de neardentales, que aporten diversidad a una especie (los sapiens) que se encuentra en alto riesgo de perecer por haberse convertido en monocultural.
- Para ello, en principio,los neardentales deberían vivir aislados, a fin de que desarrollen su propio sentido de la identidad y, por qué no, lleguen en el futuro a convertirse en una fuerza política.
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Recreación de un hombre de Neandertal por el fotógrafo Graham Ford. / Getty |
Debo confesar que las ideas del profesor Church me suscitaron sentimientos encontrados. Por un lado, sería fantástico convivir con una especie humana extinta y luego resucitada. Por otro lado, me vienen a la mente imágenes hollywoodezcas de futuros distópicos tipo Matrix, Terminator, Jurassic Park, Yo-Robot o Battle Star Galláctica, que encienden las luces de alarma sobre lo que implicaría un mundo en el que la sociedad ha jugado a ser creadora de vida e inteligencia.
Este dilema que seguramente no soy el único en experimentar, se basa, a mi juicio, en que todas nuestras presuposiciones al respecto están informadas por una industria cultural que ha encontardo en el apocalípsis su género narrativo más rentable, o por religiones que han privilegiado el orden sobre el cambio social. Por ello no es casual que en occidente
Frankenstein sea un ícono del terror, o que nuestra historia sagrada inicie con relatos como el de la expulsión del paraíso o la torre de Babel, en los que se castiga la pretensión del hombre de igualarse a Dios. Por tanto, al sol de hoy, el dilema entre un mundo re-creado o no por el hombre no es tecnológico, pues de poderse se puede, sino ético y cultural. Esa es la parte complicada de todo esto.
Ello me lleva a pensar, entonces, que el problema real que aquí se plantea es que hemos vivido engañados: el nombre de nuestra especie no debería ser
Homo Sapiens (o como me enseñaron en el colegio,
Homo Sapiens Sapiens) pues lo de saber y pensar no es lo que nos caracteriza. Más bien, la denominación de nuestra especie debería ser
Homo Faber, pues eso somos (y la historia lo demuestra): los que hacemos o fabricamos sin pensar en las consecuencias. Por eso mismo deberíamos resucitar todos los neardentales que sea posible, porque podemos hacerlo y, porque entre otras cosas, se ha demostrado que nuestros hermanos extintos tenían una capacidad craneal mayor que la nuestra y eran posiblemente más inteligentes que nosotros. De esa forma, la denominación "Homo Sapiens" podría cambiar de dueño y ser, ahí sí, verosímil.