jueves, 31 de enero de 2013

Conectar los puntos

Connect the dots. Wikipedia.org
Por estos días de inicio de clases, de cuesta económica y de venta de cuadernos con portadas de Soho, suelo escuchar por los pasillos de la universidad en la que trabajo cuestionamientos por parte de los estudiantes sobre la validez y pertinencia de las materias de humanidades, denominadas por muchos de ellos e incluso por algunos profesores y decanos como "relleno" o "costuras". Escuchando a los estudiantes, parecería que tienen clarísimo hacia dónde quieren ir, y que lo que no suene a especialización disciplinar no hace sino distraerlos de su proyecto de vida.  Puede que los mismos profesores que dictamos estas cátedras nos hayamos encargado de convertirlas en espacios para el dogma filosófico. Puede que sí, pero lo que advierto es un problema de fondo con lo que significa para nosotros una buena educación.

 Martha Nussbaum, en su famoso texto "El cultivo de la humanidad (2001)", describe  un dilema al que se enfrentaban los jóvenes atenienses a la hora de decidir sobre su futuro en la Grecia de Pericles. Por un lado, los militares les ofrecían una vida estable, gloriosa y socialmente aceptada, en la que a punta de disciplina llegarían a ser hombres de lengua corta, hombros anchos, nalgas firmes y pene pequeño. Por otro lado, estaba Sócrates, que intentaba conducirlos hacia una vida más bien solitaria e incomprendida, en la que por cuenta de ejercitar el pensamiento cultivarían una lengua larga, hombros caídos, nalgas fofas y un pene grande. 

Este relato ilustra de forma pintoresca y divertida las dicotomías que han caracterizado nuestros planes formativos y que hacen que estudiantes, padres de familia y docentes no acabemos de tener claro si es más importante la seguridad que la libertad, si es preferible ser sabio a ser especialista, o si es mejor saber un poco sobre casi todo o casi todo sobre poco. Con lo cual, es difícil saber si los jóvenes que actualmente acceden a la educación superior pretenden hacer parte del sistema o transformarlo, y si lo que necesitan para vivir una vida plena es reforzar las ideas que traen de casa y del colegio o abrir su mente a nuevas experiencias y conocimientos.

Personalmente, no creo que el mundo necesite hiperespecialistas, sino ante todo personas con la capacidad de trabajar en equipo, de buscar relaciones entre lo que aparentemente está desconectado, y con una formación intelectual y afectiva que les permita saber en qué mundo les ha tocado vivir y cómo hacerlo mejor para todos los que lo habitamos. Ese es el gran ideal de las humanidades.Ahora bien, si miramos el asunto en términos nacionales, salta a la vista la necesidad de educarnos para la convivencia, para la defensa de nuestros derechos, para el cuidado del otro y para la integridad personal y profesional. Una tarea difícil si tenemos en cuenta lo mucho que se nos insiste en asuntos como el éxito personal y las metas claras, conceptos que a menudo maquillan el materialismo, la ambición sin límites y la indiferencia social.

Steve Jobs, ciertamente un hombre exitoso, ambicioso y con metas claras, pero también capaz de reconocer el valor de lo intangible y lo bello, dijo en un famoso discurso de graduación en la universidad de Stanford, que uno de los consejos más sensatos que podría dar a los jóvenes es que intentaran conectar los puntos aislados y las experiencias aparentemente inútiles que viven en sus vidas. Por supuesto, dijo Jobs, eso no se logra  solamente imaginando el futuro, sino viviendo el presente con mente abierta y contemplando el pasado desde el retrovisor para intentar encontrarle un sentido pleno al paisaje que allí se divisa.












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