No me voy a poner con rodeos: me gustó que Maduro ganara las elecciones, y me gustó aún más que ganara por ese estrecho y sospechoso margen de 200.000 sufragios. Digo esto con el riesgo de perder la estima de algunos amigos y amigas venezolanos que tenían puestas sus esperanzas en una eventual victoria de Capriles.
Sin embargo, debo aclarar lo siguiente: no me gusta para nada Nicolás Maduro. Es más, creo que nada bueno se debe esperar de su gobierno. Digo, eso sí, que me gusta su victoria. ¿Por qué? Sencillo: Venezuela está al borde de un colapso económico fruto de 14 años de gobierno chavista, por lo cual sería injusto que cualquier otra persona que no sea el hijo bobo de Chávez tuviera que hacerle frente a la crisis que se avecina. Visto desde un plano estrictamente económico, este es el momento propicio para que haya continuismo en el gobierno, así se acaba de tocar fondo y las responsabilidades caen sobre quienes tienen que caer.