Acabo de volver de un interesantísimo fin de
semana de trabajo sobre educación filosófica y competencias digitales con
jóvenes docentes de Sincelejo-Sucre. El reto no podía haber sido mayor teniendo en cuenta
que allí el acceso a Internet es limitado, por lo que la pregunta que me surgía
una y otra vez era si valía la pena hablar de competencias digitales en
contextos en los que el acceso a TICs no es un bien común sino privilegio de
unos pocos. Afortunadamente, las muchachas y muchachos con los que desarrollé
el taller me hicieron caer en la cuenta de que las tecnologías tarde o temprano
llegarán y que, parafraseando a Picasso, cuando eso pase es mejor estar
preparados.
Por otra parte, los nuevos episodios del novelón griego y español me recordaron una charla ofrecida por Manuel Castells en el marco de lo que fue (y no sé si siga siendo) el 15-M. Allí, Castells reivindicaba no sólo el derecho a la libertad de expresión, sino el derecho a acceder a información de calidad y hacer parte activa de los procesos de toma de decisión de nuestros respectivos países.
El tema no es de poca monta. De hecho, Barcelona se
enlaza aquí con Sincelejo. El acceso y la producción de información resultan
ser derechos fundamentales si tenemos en cuenta los cambios en términos de movilización
de recursos culturales, políticos y económicos que supuso la creación de
internet y su progresiva apropiación social. Si como decía Luhmann, la sociedad
es pura comunicación, Internet es pura oportunidad para el cambio social porque
permite un rediseño comunicativo que promueve la participación entre pares y no
solamente la recepción y el reciclaje de información proveniente de una u otra industria
cultural. Abundan estudios sobre ello en diferentes países y contextos. Estas nuevas lógicas y plataformas de intercambio se evidencian
sobre todo en movimientos mediterráneos como la primavera árabe o el 15-M,
aunque América también aporta lo suyo, por ejemplo, con “Occupy Wall Street” en
Estados Unidos, y en su momento con el movimiento “YoSoy132” en México y la Ola
Verde aquí en Colombia.
Desde esa perspectiva, las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) podrían ser también TEP (Tecnologías del Empoderamientoy la Participación), como lo viene señalando desde hace un tiempo D. Reig. Para ello, se debe actuar en dos niveles: por un lado, reconocer que las tecnologías no son sólo
dispositivos que atienden a necesidades o deseos particulares, sino que también
son símbolos y están cargadas de valores asignados por la empresa que los
produce o construidos por la sociedad que los asimila y reconfigura. Sólo por
esta vía será posible hacer de Internet un medio realmente social, en la medida
que se reconozca su poder a la hora de evocar utopías y distopías en los
distintos niveles de la vida social.
Por otra parte, también es necesario debatir a
profundidad sobre la privatización de la cultura por medio de los derechos de
autor y de propiedad intelectual que condenan la remezcla y el intercambio
horizontal de productos culturales.
Con tanta educación tradicional y con la
defensa de los derechos de propiedad intelectual por sobre los derechos
culturales, nos hemos venido acostumbrado, poco a poco y sin ofrecer mucha
resistencia, a ser receptores y no productores de comunicación, cultura y
conocimiento. Así, si la cultura se constituye en una suerte de lucha entre el
orden que quieren imponer las industrias culturales y las relaciones horizontales
en que esos códigos se reordenan y resignifican, se hace urgente participar, compartir,
remezclar y proponer acciones al mejor estilo de lo que Eco denominó “guerrillas semiológicas”, esta vez en una versión 2.0.
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